Lienzo y cemento: un legado, Mario Abad

Escrito y Fotografiado por Juan Tello Molinare - DOCUMENTO NO TERMINADO

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Mi encuentro con San Telmo es uno personal, tengo una conexión con la gente de acá y con las calles que he transitado estos últimos cuatro años. Han pasado muchas cosas y he conocido a muchas personas. Me siento parte de una comunidad que sigue expandiéndose constantemente: así será la vida. Los que están aquí y hay muchos que son de aquí, nacidos y criados, personajes de su rubro, a ellos los veo a menudo, a otros los veo de vez en cuando, y a otros no los vi nunca más, como el señor que paraba en la esquina de Giuffra y Defensa.

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San Telmo tiene muchas fachadas antiguas, uno no sabe lo que puede haber detrás de una hasta que te abren esa puerta, o logras ver por la ranura de su privacidad. Hay una fachada, en Estados Unidos, que alberga el taller de Pepe Simón (foto 2): artista plástico, coleccionista de antigüedades y vejeces. Nunca me imaginé que un taller así aguardaba detrás de esta fachada. No fue Pepe a quien conocí en primera instancia, sino a Mario Abad.

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Aquí es donde yo introduzco a mi personaje, a mi correspondencia, a un humano con el que tope por causalidad; ha sido un viaje hasta ahora, y uno bien bonito. Una noche, volviendo de la facultad, había un hombre pintando un mural de Luca Prodan. Me acerqué a preguntarle si conocía el paradero de dos persianas metálicas que habían sido retiradas, pertenecientes a un edificio de la familia Roca, en la calle Bolívar (foto 3). En una estaba pintado Tupac Shakur y en la otra, Notorious B.I.G.

Este hombre resultó ser Mario Abad, el muralista y grafitero que pintó ambos retratos icónicos, junto con muchos más en todo San Telmo. Debajo de estas persianas pasamos muchas noches con amigos, justo en ese escalón bien ancho (foto 4). Luego comenzó la restauración del local y ranchábamos debajo de los andamios. Cuando terminaron los arreglos, volvimos al escalón, y aquí el envase de birra pasaba de mano en mano; el clarinete de Nelson y la guitarra de Francesco, las bromas de Morris y muchos otros acontecimientos que acompañaron nuestra noche por tres años.

Este lugar sigue siendo un punto de encuentro entre jóvenes y adultos, por los bares y la parrilla. Esas dos persianas metálicas con aquellos retratos ya no existen, y su paradero es desconocido.

Aquí me encontraba yo, hablando con el pintor, el grafitero, la persona que había pintado no solo esos, sino muchos más. Me pregunté: ¿Cuáles son? ¿Qué historia tiene este chabón? ¿Cómo llegó a pintar tantas fachadas en San Telmo?

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No esperaba encontrarme con la respuesta a mi pregunta aquella noche, y menos con la persona que los había pintado. Esa semana, Mario comenzó un mural de Juan Manuel Fangio en San Telmo. Había algo en él y en su trabajo que yo quería conocer; “voy a seguir su trabajo”, me dije. Los días que siguieron fueron un ping-pong de mensajes para encontrarnos mientras pintaba el Fangio. Así fuimos encontrándonos en la calle, un día a la vez, compartiendo de nuestras vidas y también conociendo a otros que paraban a saludarlo. Porque, cuando estás con él mientras pinta un mural, la gente lo reconoce y lo llama Causi; le gritan desde lejos, lo felicitan y le tiran bromas. Una noche, pasó alguien en moto y le tiró la talla: “Te voy a pintar un consolador flácido en el culo”. Los dos nos reímos mucho. Él es el muralista de San Telmo, y la gente lo reconoce como tal.

No estuve con él todo el día cuando pintó el Fangio; me di cuenta de que no es fácil seguirle el ritmo, trabajando en distintos lugares de la ciudad y muchas veces de noche. Hubo días en que pasaba por el mural y notaba que había avanzado un poco.

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Mario Abad junto a su obra completa de Juan Manuel Fngio 

Mario comenzó dibujando desde chico, explorando técnicas y materiales; esto dio vuelta en la pintura, en el óleo. Comparte taller con Pepe Simón; aquí pinta y tiene parte de sus lienzos. Entonces entendí que la calle y el “Street art” no era lo único que lo apasionaba.

Al salir del colegio en Perú, estudió un tiempo la Bellas Artes, disciplina que marca presencia en su conexión con el entorno y su obra. Posterior comenzó a pintar las calles. Se reconoce una trayectoria y no fue directo a la calle, sino fue algo gradual. Tener aquella curiosidad de meterte en lugares escondidos, esos rincones urbanos que solo un grafitero o skater encuentran, es un carácter que se trabaja y termina siendo una forma de vida.

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Una noche, después de dejar dos cajas grandes de aerosoles y una escalera en el taller de Pepe Simón, nos fuimos a la parrilla en el mercado de San Telmo. Nos recibió la parrillera, Valentina (foto 9). Este es un lugar que Mario suele frecuentar; había poca gente esa noche y, con Mario, comimos algo. En nuestra charla, mientras comíamos, me dijo que no se moriría sin haberle dejado algo a San Telmo, a su gente y calles: “quiero dejar algo para San Telmo”, lugar que fue su refugio al llegar de Perú; “es un barrio que me acogió”. Entendí que sus murales eran parte de este proyecto. Sin duda que eran su manera de tener ingreso, pero aquí estaba él dejando un legado.

“San Telmo acepto tu arte” le dijo Pepe Simón a Mario

Valentina manejando la parrilla, en el plano posterior un mural de Messi pintado por Mario Abad

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En el año 2016, Mario regresó a la Argentina, previamente había pasado un año en Uruguay como un tipo de retiro: “estaba cansado de la ciudad, me tomé un barco en pleno invierno a Uruguay con la maleta llena de óleos, pinceles, lienzos y me encerré en una cabaña a pintar; lo único que hice fue pintar y hacer esculturas”. Regresó con fuerza y la determinación de pintar a un alto nivel: “yo nací para pintar, yo voy a hacer esto hasta los últimos días”. Conectó con marcas como Nike y Adidas. Poder vivir del arte, sea cual sea, no es fácil, y Mario lo estaba logrando.

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“El respeto te abre muchas puertas y ser agradecido te las mantiene abiertas”

Estoy tratando de escribir lo que veo cuando pinta: cómo trabaja la presión de su dedo sobre el CAP del aerosol, el movimiento de todo un brazo, el hombro y codo, muñeca y dedos. Hay un pedazo del artista que no entra en el mundo de las palabras; está en la memoria muscular, en la relación con su entorno y estado anímico, que explota cualquier palabra que intente significarlo.

“El arte urbano es efímero; es un ejercicio de desapego increíble: lucha contra la corrosión, el vandalismo, el gobierno, la luz…” Todo esto no va a estar en un futuro, y tal vez saber esto es la razón por la cual quiero registrar y preservar en este documento el trabajo de Mario.

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